miércoles, 17 de febrero de 2016

Sobre los 10 (no)mandamientos para los humanistas del siglo XXI



¿Puede la moral ser producto de un proceso democrático? Eso piensan Lex Bayer y John Figdor quienes iniciaron en el 2014 un sitio web que invita a todas las personas a compartir un “mandamiento” con el resto del internet. Fruto de esta actividad fue una lista de 10 mandamientos para los ateos del siglo XXI. Un título que deja muchas cosas a considerar. Para empezar, el nombre “mandamiento” es poco exacto, puesto que la lista no trata de imponer órdenes y leyes morales a nadie, de hecho sería mucho más exacto quitar la palabra “mandamiento” del título y sustituirla por “consejo”. Pero obviamente este sería un título mucho menos taquillero y se perdería de paso la obvia referencia a los 10 mandamientos de la tradición judeocristiana. Incidentalmente, esta es también la razón por la que los autores seleccionaron solamente diez mandamientos de entre todas las sugerencias (en vez de, digamos, 11, 42 o 1764). Sí, yo entiendo a todos los amantes del diez, es un número muy bonito formado por la suma de los cuatro primeros números enteros positivos, pero no hay nada en él que compela a la moral a ajustarse a sus designios cuantitativos. Tampoco me parece correcta la inclusión de la palabra “ateo” en el título puesto que el ateísmo es simplemente una aseveración sobre el estado natural del mundo y, como tal, es moralmente neutral. Por sí misma, la visión atea del mundo no incentiva ni castiga ningún comportamiento. A mi parecer un término más adecuado pudo haber sido “humanismo laico”. En fin, podría seguir despotricando contra el título del artículo, pero ese no es el objetivo de esta entrada. De cualquier manera, la lista no debe tomarse como un estricto código de ética sino más bien como una invitación a reflexionar sobre las razones que guían nuestro actuar en el mundo.


     Empecemos por discutir la postura ética que existe detrás de una lista de normas morales. La idea que sostiene que la moral puede sujetarse a leyes de aplicabilidad universal y que las acciones de los seres pensantes son intrínsecamente buenas o malas se suele llamar deontología. La postura contraria, que sostiene que las acciones morales no deben juzgarse de acuerdo con leyes universales sino con respecto a sus consecuencias, recibe el nombre de consecuencialismo. A causa de ello, un consecuencialista evitará crear normas morales y juzgará sus acciones en el mundo según éstas colaboren o no a lograr un fin supremo (como, digamos, aumentar la felicidad o disminuir el sufrimiento). Ambas posturas, llevadas al extremo, conducen a encrucijadas éticas de difícil solución.

     Por un lado, la moral deontológica -con su afán de establecer leyes morales que puedan aplicarse a cualquier situación particular- se enfrenta tanto a la diversidad de la vida social como a nuestra interacción con los demás seres sensibles de la naturaleza; complejidad que engendra comúnmente circunstancias no previstas por ninguna norma. Ni siquiera la constitución más larga, con el reglamento más largo y extenso, puede aplicarse universalmente. Siempre habrán situaciones que no están contempladas en ninguna ley y es por eso que la interpretación del derecho es importante. El intento de encuadrar toda la actividad moral humana en un conjunto de diez normas es claramente un ejemplo de esta moral deontológica.

     El consecuencialismo, por otro lado, también tiene sus límites. Por ejemplo, imaginemos que alguien ha ideado un plan magnífico he infalible que eliminará la guerra del mundo, pero para llevarlo a acabo es necesario terminar con dos tercios de la población mundial. Un consecuencialista se verá tentado a considerar la opción de matar a varios miles de millones de personas con el fin de lograr una sociedad pacífica futura. Un deontologista, por el contrario, posiblemente considerará que el valor de una vida humana cualquiera es suficiente como para obligarnos a abstenernos de buscar la paz por aquel medio y, aunque deteste la guerra, reprobará el medio para su eliminación (eso sin mencionar que en la vida real difícilmente existen planes magníficos he infalibles).

     Aclarado lo anterior -y a sabiendas de que cualquier intento de enlistar reglas morales tenderá hacia el lado deontológico del espectro ético- reflexionemos un poco sobre el contenido de la lista. Llama la atención que sus tres primeros consejos expresen una actitud de inquisición, investigación y asombro ante el mundo. Prácticamente es el reconocimiento del método científico como la manera correcta de estudiar la naturaleza. Lo cual se admite explícitamente en el tercer punto. Lo más valioso de esta primera tercia me parece que radica en su rechazo a todos los tipos de dogmas, en cierta manera su mera existencia implica también su condición como consejos morales en vez de mandamientos. Esta cualidad los hace contrastar drásticamente con los tres primeros mandamientos de la tradición judeocristiana, de tendencia mucho más afín al dogmatismo.

1. Ten la mente abierta y estate siempre dispuesto a ajustar tus creencias a la evidencia.

2. Busca comprender lo que es más probable que sea cierto, y no lo que deseas que sea cierto.

3. El método científico es la manera más confiable que tenemos para conocer el mundo natural.

     El siguiente consejo de la lista se refiere a la relación de cada persona con su cuerpo y obviamente es una defensa de la libertad sexual y una condena a todos los tipos de maltrato físico. Posiblemente alguien pueda amparar en él una defensa del derecho al aborto, pero no estoy seguro si esta es una consecuencia que emane necesariamente de él. Por otro lado, el respeto al cuerpo humano es también una expresión de valores naturalistas. Pues para las personas que creemos que la conciencia es un producto de la materia, y no algo ajeno a ella, la existencia del cuerpo físico es una condición para que exista la mente. El cuerpo es para nosotros parte íntegra de nuestra propia identidad.

4. Cada persona tiene el derecho a elegir que hacer con su cuerpo.

Sobre el quinto no tengo mucho que decir. Me parece algo redundante, pero supongo que no sobra dadas las condiciones sociales actuales. Ojalá que en un futuro no muy lejano ya no sea necesario tener que estar recordándolo.

5. Ningún dios es necesario para ser una buena persona o para vivir una vida llena de significado.

El sexto consejo de la lista me parece el más curioso de todos. Guarda en su interior la contradicción de ser a la vez una norma moral, y por lo tanto de orden deontológico, y un principio consecuencialista. Es consecuencialista en cuanto nos obliga a pensar no tanto en las acciones en sí, sino en sus consecuencias como criterio para evaluar la pertinencia o no de una acción. La vieja disputa entre deontologismo y consecuencialismo puede resumirse en la famosa pregunta ¿Acaso el fin justifica los medios? Por supuesto, yo creo que no puede existir una respuesta sencilla a tal interrogante. Hay fines que justifican ciertos medios, pero también existen medios injustificables. Definir el momento exacto en que debe uno de apartarse del deontologismo y abrazar el consecuencialismo, o viceversa, es algo muy difícil de determinar. Una razón más por la que vivir es tan complicado.

6. Reflexiona sobre las posibles consecuencias de todos tus actos y reconoce que debes tomar responsabilidad de ellas.

A propósito, el octavo no-mandamiento en la lista es casi una epílogo al sexto, y nos recuerda que nuestra responsabilidad no tiene por qué circunscribirse necesariamente a la existencia presente, sino que bien puede tomar en cuenta los futuros estados posibles del mundo. Es decir, es una invitación a considerar a las futuras generaciones en nuestra toma de decisiones, y es un consejo especialmente valioso sobre todo en lo relativo a los temas ecológicos. Esto es así porque nos recuerda que debemos preservar nuestros recursos y riquezas naturales, no solamente por el bien de nuestra salud, nuestra economía y nuestro sentido del gusto, sino por el bien de aquellos que nos sucederán como habitantes de este planeta y que deseamos tengan la oportunidad de aprovechar sus belleza y sus recursos de la manera en que nuestra generación lo puede hacer.

8. Tenemos la responsabilidad de considerar a los demás, incluso a las generaciones venideras.

Retomando el orden previo, el consejo número siete es una formulación contemporánea de la Regla de Oro de la ética. A muchos les recordarán las palabras del Jesús bíblico, y esto no es casualidad pues el Jesús que aparece en la Biblia formula una versión de esta regla. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que la Regla de Oro de la ética no es una patente exclusiva del cristianismo, distintas versiones de ella pueden encontrarse en varias culturas alrededor del mundo. Esta condición de cuasi-universalidad es lo que le ha ganado el renombre de Regla de Oro.

7. Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti mismo, y de manera que tú razonablemente creas que quieren ser tratados. Toma en consideración su perspectiva.

La Regla de Oro me parece una de las mayores directrices de la vida moral. Aunque claro, llevarla a la práctica irreflexivamente puede ocasionar imposiciones injustas y sufrimiento. Un ejemplo mundano pero sencillo y claro ayudará a entender esta disyuntiva. Imaginemos que mi helado favorito es el de limón, siguiendo la Regla de Oro podría verme tentado a darles a todas las personas helado de limón aun cuando a ellas no les guste. Por supuesto, un segundo nivel de reflexión me llevará a darme cuenta de que lo que en realidad me gusta es saborear un helado que me cause placer, por lo cual me parecerá mejor preguntarle a cada persona por su tipo de helado favorito antes de imponerles un helado de limón. Claro está, un nuevo nivel de análisis superior me llevará a considerar que lo que en realidad me gusta no es tanto el helado, sino ingerir cosas que me parezcan sabrosas… y niveles de abstracción subsecuentes me llevarán a admitir que lo que en verdad quiero es sentir placer o evitar un estado incómodo como la sed o el hambre. La situación es compleja y nos demuestra lo complicado (y en muchos sentidos vano) que puede ser reducir la ética a un conjunto de reglas.

Llegando al final de la lista, el noveno consejo ha causado críticas pues asegura que no existe una manera correcta de vivir, lo que muchos han considerado como una aceptación del relativismo moral. Esta crítica se basa en un completo malentendido. Cuando algunas personas decimos que no hay una manera correcta de vivir la vida, o de organizar una sociedad, o de jugar un partido de futbol, lo que en realidad queremos decir es que hay muchas maneras de vivir una vida feliz y en armonía con los demás seres vivos, que existen varias maneras de organizar sociedades funcionales y que existen muchas formas en las que un partido de futbol puede ser entretenido.

Ciertamente esto no quiere decir que todo vale. Se pueden discutir que hay manera incorrectas de vivir, o de organizar una sociedad, y sin duda han habido y habrán partidos de futbol malísimos. Pero si nos preguntas ¿cómo debo de vivir? La respuesta es: construye tu vida tú mismo y no olvides considerar a los demás. Por ejemplo, si alguien nos pregunta cómo debe de desarrollar y practicar su sexualidad, le responderemos que hay miles de maneras de hacerlo: existen relaciones monógamas, polígamas, homosexuales, heterosexuales, con uno mismo; se puede elegir el celibato, usar máquinas, tener fetiches, practicar x o y posiciones, Etc. Etc. Etc. Sin embargo, pese a aceptar que no existe una manera correcta de experimentar la sexualidad, recriminamos y castigamos el forzar a alguien a tener sexo o el practicar relaciones sexuales con menores de edad. ¿Quieren llamar a esta postura relativista? Ciertamente es una moral más abierta que otras, pero no por eso deja de ser prescriptiva hasta cierto punto.

9. No existe una manera correcta de vivir.

Me parece que el verdadero valor de estos mal llamados mandamientos no está tanto en que puedan o no servir como una verdadera guía para los humanistas, sino en que pueden incentivarnos a reflexionar sobre la moral y las razones por las cuales actuamos como actuamos. Ciertamente uno de los aspectos que más valoro del proyecto es la negativa a presentar estos consejos de manera dogmática, ellos son producto de la reflexión racional y el debate. No son hechos dados y pueden ser modificados. De hecho la página que inició el proyecto sigue abierta y uno puede ir y publicar un consejo moral para que los demás lo vean[1]. A fin de cuentas, el dogma, ya sea por razones religiosas, políticas o ideológicas es pernicioso a largo plazo, el actuar irreflexivamente nos puede conducir por caminos indeseados, y la reflexión crítica y la discusión abierta de las ideas es la mejor manera de enfrentarnos a él.

10. Trata de hacer que el mundo sea un mejor lugar tras tu partida que cuando llegaste.



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[1] Atheist mind, humanist head.