Pero en esta entrada escribiré sobre la comunicación a gran escala, no sobre el chiste malo que es escribir en mi blog,
sino sobre los grandes medios de comunicación. Ya saben, la radio, la
televisión, la prensa y todas esas cosas que están repletas de anuncios. Y es
que últimamente he escuchado muchas críticas hacia los medios de comunicación masiva
que sin duda tienen su cachote de verdad, pero que, a mi parecer, cometen el
error de simplificar demasiado el problema. Por ejemplo, es innegable que los medios han hecho de informar una actividad lucrativa,
pero ¿Qué actividad no se ha hecho lucrativa en estos días? Si nuestra queja es
en contra del poder hacer dinero actuando, entonces no va dirigida a los medios de
comunicación, sino a todo el sistema económico actual. Trátense esas quejas en
otro lugar.
Al tratar el problema de los medios de comunicación y su
influencia en la democracia nos enfrentamos aquí a la contraposición entre derecho a la información y libertad de expresión. ¿Tienen los
empleados de estos medios, libertad de expresión? Es un problema delicado, pero
me siento capaz de comentar lo siguiente: El periodista es libre de expresarse
tanto así como el maestro de preparatoria es libre de dormir hasta la hora que
quiera; pero cuando ese maestro de preparatoria labora dentro de una escuela o
ese periodista desarrolla sus funciones en una empresa, entonces tienen que
adherirse a los lineamientos de esa institución, ya sean estos llegar a las
6:30 todas las mañanas o no hablar sobre ciertos temas. Ahora bien, ¿Debe
la libertad de expresión del medio de comunicación limitarse en pro de nuestro derecho a la información? Esta es una pregunta complicada y la abordaré más adelante.
Por el momento, analicemos otra exigencia recurrente, que suele cantar: “Un
medio de comunicación por cabeza”; y que se refiere a que cada sólo debe tener acceso a un medio de comunicación. Por ejemplo: sólo un canal para televisa, solo uno para Tv azteca. Ahora bien, esta idea suena bien sobre el
papel –o lo haría si las cosas escritas en el papel sonaran-, pero sus
consecuencias no son del todo positivas. En primer lugar, porque sin la
maquinaria de gobierno dispuesta a hacer cumplir esta ley, al rato los
prestanombres, las alianzas entre medios y demás artimañas la harán obsoleta. Nosotros, como consumidores del medio, podríamos vivir pensando que todos sus dueños son
distintos y que simplemente coinciden en la manera de ver las cosas, sin saber
que en realidad todos aquellos medios pertenecen, bajo el agua, a una sola cabeza.
Y entonces nos preguntamos ¿Preferiríamos nadar en el agua transparente que nos
permita ver a los cocodrilos en su interior o son mejores las turbias aguas
bajo el letrero que nos dice “zona libre de lagartos”? En una hay cocodrilos,
en la otra, incertidumbre y autoridad.
Otro problema que no se suele tomar
en cuenta al hacer este tipo de propuestas es el de los costos. Hacer
periodismo sale caro; hay que pagar electricidad, maquinaria, impuestos,
propaganda, transporte, salarios de técnicos, mercadólogos, reporteros,
comentadores, operadores, directivos, secretarias, conserjes etc. Pero si
informar no es barato, entonces ¿Cómo financiarlo? ¿Quién está dispuesto a
hacerlo? y ¿Quiénes de aquellos dispuestos a financiar la información pueden hacerlo? Sí se recurre a la
política de un medio por cabeza, entonces probablemente la mayoría de esos
medios no tendrían suficientes ingresos para costearse un periodismo de calidad.
Ante el inconveniente de que la
buena información sale cara, el medio tiene cinco opciones –hasta dónde puedo
ver-: 1) Puede decidir no informar e invertir su tiempo y su dinero en cosas más
lucrativas; 2) Puede pactar con otros medios provistos de mayor capital para
transmitir sus programas informativos (pero en este caso se estaría tirando por
la borda el principio que da origen a la propuesta de “un medio por cabeza”);
3) Puede hacer de informar un buen negocio. El razonamiento es el siguiente
“Yo, medio, poseo un canal de información por el cual puedo llegar a una enorme
cantidad de personas ¿Quién está interesado en usar mi canal para transmitir su
versión de los hechos al público?”; 4) Una cuarta opción para el medio es renunciar a tratar una agenda amplia y general y concentrarse solo en informar sobre las dos cosas que
considere –por diversos motivos- importantes, y concentrar en ellas sus
recursos; y 5) finalmente, y la opción más idealista, el medio puede optar por
informar lo más objetivamente posible sobre los temas más importantes
–supongamos que es claro cuales son estos temas y lo que es la objetividad- y
esperar que la gente reconozca su calidad y lo prefiera por sobre la competencia.
Pero es muy posible que esto último no de resultado, porque suponer que las
personas podemos reconocer información objetiva y clara cuando se nos presenta
y suponer, también, que la información objetiva y clara existe, es ya mucha
suposición. Sí algo nos ha enseñado la ciencia es que es muy complicado
reconocer las verdades con facilidad, y nunca con certeza.
Además, si desean saber como sería la
calidad de la información si hubiera una verdadera democracia informativa –en la
que todos pudiéramos informar sobre los temas que quisiésemos-, observemos lo
más cercano a eso que tenemos, el Internet. Cualquiera que haya navegado en sus aguas sabe que fuente de información objetiva, lo que se dice objetiva, no son. ¿Buscas testimonios que respalden
una opinión rara, descabellada y sin sentido si quiera sintáctico? ¡No hay problema! Usa Google.
Otra propuesta que comúnmente oigo
mencionar consiste en crear un organismo autónomo que vigile y sancione la
calidad de la labor informativa que realizan los medios. Para mí, un organismo
como aquel resultaría sumamente peligroso. En primer lugar, porque es una
herramienta de control político servida en bandeja de plata para el gobierno
que quiera utilizarla. Pero además es una propuesta descabellada ¿A quién se le debe de dar el poder para
decidir, y bajo que criterio, lo que es verdad de lo que no lo es?
Retomemos la pregunta planteada
anteriormente: ¿Derecho a la información o libertad de expresión? Como es una
cuestión muy compleja y a mí me gusta inventar historias, he decidido que la abordaré
metafóricamente: Aquel que desea que su comida sea traída en charola se
arriesga a que esté envenenada. Claro, la vida que llevamos es ajetreada y
pocos se pueden dar el tiempo de cosechar su ensalada y cazar su bistec [¡malditos bistecs salvajes tan difíciles de atrapar!], por lo
que nos vemos en la necesidad de confiar por lo menos una parte de su
preparación a otras personas, que laboran en el campo, en granjas, en los
mercados o incluso en las cocinas. Entiendo que la confianza no implica dejar
de exigir; si el pay que comí me hizo mal, entonces mañana conseguiré mi pay de
limón en otro lugar. Pero ¿Qué pasa cuándo he probado todos los pays de limón
en el mercado y todos me han sentado mal? Suponiendo que el problema no es que soy alérgico al
limón o a la leche, solo tengo unas cuantas opciones: 1) O me hago mi propio
pay; 2) o busco otras personas con mi mismo problema y nos organizamos para
hacer pays de la calidad que buscamos; 3) o yo y las mismas personas entramos en contacto
con el pastelero especificándole como nos gustaría que haga su pay y esperando
que éste personaje atienda a nuestras demandas; 4) o dejo de consumir pays
esperando que, tal vez, si un grupo lo suficientemente grande de personas dejamos
de consumirlo, entonces algún emprendedor observador aproveche la coyuntura para
lucrar vendiéndonos los pays que buscamos; 5) o, siempre está la opción de seguir
consumiendo pays malos.
Cualquiera que sea la manera en que decidamos actuar tendrá sus
consecuencias: Las dos primeras opciones exigen tiempo que podemos no tener
disponible a menos que renunciemos a otras actividades que consideramos tan o menos
importantes que comer pay; la segunda y la tercera necesitan que hayan personas
que compartan mi molestia por los pays de la ciudad y que deseen participar en
una causa común; la tercera opción exige menos tiempo que las dos primeras a
cambio de una menor probabilidad de éxito; todo lo contrario con la cuarta,
pues nos da tiempo –el que nos ahorraremos por no comer pays-, sin embargo,
perjudica directamente nuestra amada fascinación por comer esos deliciosos prismas triangulares de dulce;
finalmente, la última opción es la estoica por excelencia y se basa en el
principio: “si del cielo caen limones, aguántese los ardores” [trademark mío].
Con esto no quiero decir que el sistema actual en el que se
manejan los medios de comunicación sea perfecto, ni mucho menos estoy
proponiendo que deba mantenerse así; lo que intento señalar aquí, y que he
reiterado en numerosas ocasiones, es que los problemas no son fáciles de
solucionar. El papel y la imaginación lo aguantan todo, la aplicación es el
problema. Tampoco quiero decir que esté mal proponer soluciones. Lo que sí me
parece un error es aceptar esas soluciones como reales, o –siendo más sensatos-
probables, sin criticarlas severamente antes.
El entorno en el que vivimos
es sumamente complejo y, aunque sin duda nuestras acciones lo alteran, no somos
los dueños absolutos –y en muchos casos no somos dueños en lo absoluto- de la
manera en que nuestras acciones impactan en la intrincada mezcla social de las
causas y las consecuencias dentro del cual todas ellas están contextualizadas.
En temáticas sociales no hay soluciones simples, ni absolutas, ni eternas. Así que cuando algún loquillo muy pomposo llegue con una
sonrisa en la cara -¿en dónde más podría estar una sonrisa?- proponiéndonos
soluciones a los problemas sociales, señalando relaciones explícitas de causa y
consecuencia, y apuntando a culpables evidentes; tendremos más que buenos
motivos para abrir nuestra caja amarilla y desenvainar nuestras preciadas
herramientas de escepticismo. Cómo diría en numerosas ocasiones Jhon Green,
presentador de Crash Course History: “estúpida realidad, siempre resistiéndose
a la simplificación”[1] .
"Hablas de civilización, y de que no debe ser,
o de que no debe ser así.
Dices que todos sufren, o la mayoría de todos,
con las cosas humanas por estar tal como están.
Dices que si fueran diferente sufriríamos menos.
Dices que si fueran como tú quieres sería mejor.
Te escucho sin oír.
¿Para qué habría de querer oír?
Por oírte a ti nada sabría.
Si las cosas fuesen diferentes, serían diferentes: esto es todo.
Si las cosas fuesen como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos los que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!"
o de que no debe ser así.
Dices que todos sufren, o la mayoría de todos,
con las cosas humanas por estar tal como están.
Dices que si fueran diferente sufriríamos menos.
Dices que si fueran como tú quieres sería mejor.
Te escucho sin oír.
¿Para qué habría de querer oír?
Por oírte a ti nada sabría.
Si las cosas fuesen diferentes, serían diferentes: esto es todo.
Si las cosas fuesen como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos los que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!"
Fernando
Pessoa "Hablas De Civilización, Y De Que No Debe Ser"
[1] Apropósito de los pays de limón, una persona que aprecio mucho me invitó uno hace poco. Como casi todo lo que digo o escribo, no se a que viene al caso, pero quería comentarlo. Al igual que Nietzche, me gusta pintar mi felicidad en murales.